“Cuando adviertas que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; entonces podrás afirmar sin temor a equivocarte que tu sociedad está condenada.”
Este extracto de “La rebelión del Atlas” de Ayn Rand se nos hace vigente a muchos, dada la situación crítica de la corrupción y criminalidad en los distintos niveles del gobierno. Sin embargo, su condena final es aún apelable en nuestro caso, al menos desde mi punto de vista. Pero para efectivamente cambiar el curso es necesario un ejercicio de autocrítica para entender cómo llegamos hasta este punto y cómo es posible salir del mismo.
Como primer paso debemos aceptar que tanto los votantes como la oposición a este tipo de regímenes son responsables de la situación actual, pues en cierta medida todos han aceptado la retorcida narrativa que influencia a las masas y nos empuja a esta situación. La creación de riqueza como algo inmoral, la acumulación de capital como algo de lo que avergonzarse o la defensa de la propiedad privada como algo antisocial, son algunas de las fantasías que han aceptado tanto sus ciegos partidarios como aquellos que incluso dicen defender la libertad y los frutos honestos del trabajo propio.
Estas ideas destructivas, a pesar de ser vacías en contenido o respaldo lógico, no han encontrado una defensa activa que proteja al ciudadano de su implantación. Es hora de que esas defensas se levanten. Esta tarea no es sólo para políticos, ni es exclusiva de académicos e intelectuales, debe ser una bandera que lleven todos quienes crean en la posibilidad de salir adelante con el esfuerzo propio. Es la lucha de todos los que entiendan la importancia del trabajo, el ahorro y la inversión como método para salir adelante, como individuos y juntos como sociedad.
Es momento que se reconozcan a sí mismos como héroes del progreso quienes optan por brindar soluciones a los problemas y necesidades del prójimo de forma ética, obteniendo su justo beneficio a cambio de ello, sin imposiciones gubernamentales, sin privilegios regulatorios, y sin exclusividades frente a la competencia nacional y extranjera.
A la cabeza deben estar emprendedores y microempresarios con ideas claras y moral fuerte, para defender su libertad de comerciar con todos en el país y el mundo; así como defender su derecho natural sobre su vida y los frutos de su trabajo, los cuales son previos a cualquier artificio legal o constitucional que quieran imponerle las turbas expropiadoras.
No debemos esperar que sea el gran industrial o las corporaciones quienes defiendan las libertades de los ciudadanos, ya que son precisamente estos quienes tendrán mayor facilidad para tranzar con el gobernante de turno, buscando algún privilegio cuando más se los necesite. De ellos serán pocos los que arriesguen su vida y su patrimonio para asumir esta defensa. Sin embargo serán pequeños negocios, comerciantes, y todos quienes tienen el sueño de salir adelante por sí mismos quienes quedarán a merced del desastre económico por venir.
Necesitamos empresarios que entiendan los principios y valores del libre intercambio de bienes y servicios, aceptando la competencia como el motor para la innovación y la productividad. Necesitamos emprendedores y microempresarios orgullosos de su dinero ganado honradamente, solucionando problemas y satisfaciendo las necesidades de quienes los prefieran. Necesitamos ciudadanos que no sigan narrativas y cuentos anti-empresa apoyados en ideologías de rencor y envidia.
Es hora de que reconozcamos como sociedad que aquel productor que convence a un comprador de escoger su producto o servicio en un intercambio honesto, voluntario y pacífico, tiene absoluta superioridad ética y moral sobre aquellos que buscan obtener riquezas a través de los favores y privilegios del aparato violento del estado.
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