“La naturaleza, sin la intervención humana, lo es todo menos igualitaria”
Erik Von Kuehnelt-Leddihn
Si existe una palabra que ha sido eliminada del debate político es: envidia. No deseo ser apocalíptico en mis escritos, para ser sinceros, soy muy optimista frente al panorama movible en los círculos de poder; evidentemente, la sociedad baila al son de convicciones y creencias, estas no nacen del fruto espontáneo del universo, es el esfuerzo sistemático de un grupo de personas que desean orientar el clima de opinión hacia un conjunto de reformas políticas, sociales y económicas, en pocas palabras: «un cambio mayor en la política social y económica es precedido por un giro en el clima de opinión intelectual» (Friedman & Friedman, 1989).
En este sentido, se inclinó la balanza en favor de los envidiosos, peligroso en cuanto la envidia no se exterioriza a la luz del impulso de las acciones, es decir, el motivo por el cual se ejecuta la acción no se atribuye directamente al sentir envidioso del accionante; los argumentos solidificados a través de las convicciones y discursos establecidos en el debate público no se visualizan así, todo esto debido a un proceso constante de racionalización del fenómeno de la envidia.
Aquí nos centraremos en la envidia negativa, es decir, aquellos sentimientos odiosos e internamente dolorosos con que se percibe el bienestar y las ventajas de otros, acompañado de la intención de eliminar u obtener esa referencia de envidia. Según Shoeck, son tres los elementos constitutivos de la envidia, el primer de ellos, los sentimientos insoportables, «un sentimiento de agresión, que tiene ya conciencia de impotencia, que dirige ya de antemano hacia el sujeto mismo una parte de la agresión, una buena porción de pena y tormento que degenera en masoquismo» (Shoeck, 1999, p. 30), el segundo, se percibe con descontento las ventajas y el bienestar del otro, esto es de carácter subjetivo, el valor que se le da al objeto envidiado depende de la percepción del sujeto, por lo cual, se puede envidiar desde millones de dólares hasta una cualidad propia del prójimo; por último, «el desplacer por los valores personales o materiales de otros, y en general, se tiene más interés en destruirlos que en conseguirlos» (Shoeck, 1999, p. 30), que ni el envidioso ni el envidiado tengan el objeto de envidia: no me importa hacerme daño a mi mismo, si el otro no lo tiene. Ahora bien. ¿Por qué las políticas o acciones propias de la envidia no son atribuidas a ella?, en primer lugar, la envidia es una gran reguladora de las relaciones interhumanas, no se podrá eliminar nunca, ni desapareciendo al envidiado, ni al envidioso, aún menos, al objeto o referencia de envidia; en segundo lugar, es penosa, atormenta, vive en la autoflagelación del emisor por no concebir la diferencia con su prójimo; esto es verdaderamente importante, en la opinión pública poco se debate del rol motivante de los individuos, se disfraza bajo un concepto de justicia abstracta que justifica a la masa mareada en el inmenso agite político, asimismo, si se le denomina a la idea que apodera a los colectivos como «envidia» esto descalificaría cualquier tipo de accionar de este grupo, en pocas palabras, no se exterioriza porque se devalúa a sí misma, es un proceso silencioso; en tercer lugar, en el campo académico se ha querido racionalizar la envidia a través de distintos sistemas sociológicos, esto nos lleva directamente al igualitarismo, la negación de la naturaleza humana:La exigencia de que todos los demás se parezcan a nosotros se alimenta de sí misma. Si la resistencia efectiva aguarda a que la vida quede reducida casi a un tipo uniforme, todas las desviaciones de este tipo vendrán a ser consideradas impías, inmorales e incluso monstruosas y contrarias a la naturaleza. Los hombres se vuelven rápidamente incapaces de concebir la diversidad cuando por algún tiempo se han acostumbrado a no verla (Mill, 1910, p. 131).
De tal manera, que «la utopía de una sociedad sin envidia, en la que no habría motivo alguno para este sentimiento» (Shoeck, 1999, p. 26) debido a la idílica igualdad material de los semejantes, donde se sitúa por encima del envidiado y el envidioso al Estado, para contrarrestar la desigualdad y procurar por la uniformidad de los subordinados, socava incesamente la libertad e individualidad, en síntesis: «Igualdad es una palabra adoptada por envidia. En el fondo del corazón de todo republicano significa: “Nadie estará en mejor situación que yo”» (Tocqueville, 1897, p. 247), el anhelo de la igualdad y la uniformidad, es la salvaciòn que paga el grupo por la renuncia a los celos constantes que los amenazan.
El avance de la sociedad occidental se debe al conjunto de convicciones que impregnaron su cultura, el derrumbe de los discursos que propiciaron los avances económicos es un hecho, se instalaron paulatinamente en el clima de opinión las ideas que pugnan en contra de la libertad, la institucionalización de la envidia mediante impuestos progresivos sobre los ingresos, cargas excesivas para el sector privado, la atribución al Estado de innumerables servicios a costas de sus ciudadanos, el romanticismo al vandalismo provocado por la desigualdad material, aunque, sea fruto del constante esfuerzo de aquellos que lograron sobresalir, dan muestra de ello. Sin lugar a duda, una sociedad donde la envidia se convierte en un axioma moral está condenada al fracaso.
Referencias
Mill, J. S. (1910). On Liberty. Londres: Everyman Library, num 482.
Friedman, M., & Friedman, R. (1 de Abril de 1989). The Tide in the Affairs of Men. Obtenido de FEE: https://fee.org/articles/the-tide-in-the-affairs-of-men/
Shoeck, H. (1999). La envidia y la sociedad. Madrid: Union Editorial.
Cita extraída del texto: Kuehnelt-Leddihn, E. (1953) LIBERTAD O IGUALDAD, la disyuntiva de nuestro tiempo. Eugène Eichthal , Alexis de Tocqueville et la démocratie libérale, C. Lévy, París, 1897, pág. 247 (fragment des entretiens de Tocqueville avec Nassau W. Senior).
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