Para nadie es sorpresa que hablar de Feminismo Liberal despierta desasosiego en ciertos sectores liberales, que consideran a esta corriente un aliado innecesario en la defensa de las ideas de la libertad, sin embargo, la crítica hacia la teoría individualista del feminismo recrudece en el análisis que hacen de este, otras corrientes del espectro feminista.
Lo cierto es que el feminismo hegemónico compuesto por la conjunción de las corrientes feministas radicales, ecofeministas, marxistas y poscoloniales, no tiene reparos en lanzar al banquillo de acusados al feminismo liberal, ridiculizando sus consignas en una simplificación absurda de su defensa de la libertad, construyendo en base a él un muñeco de paja comparable solamente con el fantasma del neoliberalismo tan presente en el discurso de la izquierda.
Al igual que con el liberalismo, son muchos los mitos que en formato de frases muy bien aprendidas pero poca fundamentadas se lanzan con liviandad cuando el Feminismo Liberal hace su aparición en el debate público.
a. El feminismo liberal es blanco y clasista
La sinceridad ha de llevarnos a admitir que la idea de un feminismo promercado indudablemente acarrearía el mote de defensor de los ricos (o ricas), pues pocas veces se comprende el valor que representa la apertura comercial en la creación de empleo y la multiplicación de oportunidades, lo que favorece sin duda la movilidad social y la independencia económica de los individuos, beneficiando de sobremanera a los sectores desfavorecidos que ante sistemas económicos altamente intervenidos son incapaces de aspirar a más que la ayuda estatal esporádica e ineficiente.
Es así que la defensa del libre mercado que emprende el feminismo liberal no sigue una lógica de defensa corporativa de clase, menos aun de raza, sino producto del reconocimiento del mercado como un aliado para la independencia y emancipación femenina.
El feminismo liberal comprende a la sociedad y el mercado como un espacio de cooperación que debe ser libre y voluntario, con base en el respeto a las diferencias y reconocimiento de la igual dignidad de los seres humanos. No discrimina en función del color, sexo, género, preferencias sexuales o cualquier otra característica individual, pues defiende justamente la autonomía personal y capacidad de decidir de los individuos.
b. El feminismo liberal es atomista
El reconocimiento del feminismo radical como un movimiento político y social que busca la emancipación femenina en su conjunto a través de la erradicación de la raíz del problema marca distancia con la percepción del feminismo liberal, que no cree en soluciones absolutas a los problemas complejos que enfrentan las mujeres en los distintos ámbitos de la vida en sociedad, ni considera acertadas las formas planteadas desde la corriente feminista ubicada en la acera de en frente.
Es así que sorprende que quienes hablan de una lucha colectiva por los derechos de las mujeres no sean capaces de entender que la reivindicación de la individualidad y las aspiraciones propias de cada sujeto no son incompatibles con la libertad de asociación por causas comunes. El feminismo liberal no es atomista. No plantea que cada mujer de forma aislada resuelva los problemas sin ayuda de nadie, sino resalta el valor del proyecto de vida individual
No estipula formas de conductas adecuadas para quienes deseen formar parte del movimiento, siempre que se enmarquen en el respeto del principio de no agresión, o juzga las decisiones individuales o el pensamiento crítico como elementos de apoyo hacia el patriarcado y peor aun hacia el machismo. La defensa de la libertad no implica para el feminismo liberal una traslación de amos, donde el hombre sea reemplazado por el Estado o por los colectivos feministas, sino una recuperación de los espacios de decisión personal por sus legítimos dueños: Los individuos.
c. El feminismo liberal es pro trata de personas
Existen tópicos sociales en los que, aun sin buscarlo, el feminismo radical abolicionista y el conservadurismo prohibicionista harían buenas migas: Decidir sobre el cuerpo de las mujeres.
Que el cuerpo de las mujeres haya sido siempre un espacio de discusión pública es alarmante, pero que incluso los sectores que digan buscar su emancipación busquen condenar a un gran porcentaje de ellas a la clandestinidad y los peligros que esta conlleva es igual de inadmisible.
Lo cierto es que defender el trabajo sexual, consentido y voluntario, está lejos de ser una reivindicación de la esclavitud sexual, misma que corrompe los principios del liberalismo tanto como del feminismo liberal. Lo cierto es que mientras existan mujer y hombres que deseen brindar ese servicio, existirá un mercado para que el mismo continúe, lo que conlleva a la imposibilidad de su abolición, dejando como vía única la prohibición, cuya efectividad se deja al descubierto con la infame guerra con las drogas, que no ha hecho más que beneficiar a los grupos delincuenciales asociados al tráfico de estupefacientes.
d. El feminismo liberal es obsoleto
Otra de las ideas más enraizadas sobre el feminismo liberal se encuentra asociada a los objetivos u objetivo, que se suele asociar a este. Es así, que se plantea una etapa concluida del feminismo liberal al alcanzar la igualdad jurídica en las constituciones occidentales.
Esta posición peca de positivista, y es ajena a la crítica que los liberales mantenemos a la idea de la ley escrita que no tiene un correlato con la realidad. Afirmar que porque la igualdad ante la ley tenga carácter nominal la violencia, discriminación y abusos arbitrarios desaparecen es caer en el negacionismo impropio del liberalismo.
Esta visión reduccionista nos lleva a reafirmar el valor de la asociación voluntaria para la solución de problemas.
Así como las instituciones evolucionan a través del tiempo, las consignas siguen su mismo curso, y el feminismo liberal posee demasiado campos de batalla en los cuales presentar una cara propositiva para mejorar la convivencia social.
Frente a la brecha salarial y los techos de cristal, abogar por sistemas laborales flexibles e iguales se convierte en necesidad para reducir el costo de contratación de la mujer que la pone en desventaja en el mundo laboral. Para disminuir la violencia, la exigencia de quitarle al Estado el monopolio del uso de la violencia para la defensa se convierte en una propuesta más eficiente que amontonar leyes de acción posterior y no preventiva. Frente a la idea de una sociedad cada vez más reprimida y encapsulada que reniega de la libertad sexual, el feminismo liberal reivindica el cuerpo como un espacio de decisión personal y no colectiva.
Y frente a una guerra absurda entre feminismo y libertad, el feminismo liberal ejemplifica la compatibilidad y necesidad de ambos conceptos.
e. El feminismo liberal es tibio
Finalmente, quizá el mito más extendido y broma personal de muchas feministas pertenecientes a las corrientes hegemónicas sea el tildar de tibio al feminismo liberal pues consideran que este no se enfrenta de verdad al origen del problema, sino que en base de la estructura social ya sedimentada busca ganar espacios pidiendo permiso y perdón al conquistarlos.
Lo cierto es que el feminismo liberal tiene de tibio lo que el feminismo hegemónico tiene de revolucionario: Poco y nada.
El feminismo hegemónico ha elegido como aliado al Estado, con interpelaciones débiles a su composición y estructura, y con discursos fácilmente amoldables a los intereses político-partidarios del partido (generalmente de izquierda) de turno, a contrapartida del feminismo liberal, que no se detiene cuando debe exponer que si ha existido una estructura que posee la capacidad de discriminar y desfavorecer a la mujer, ha sido justamente el Estado y la corporación política que vive a expensas de este.
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